5.14.2020

Doblar por la bifurcación sin detenerse "en tiempos de hastío"

Por: Mauricio Torres-Núñez

Hace algunos años se publicó un artículo en una revista de arquitectura titulado “En tiempos de hastío”[1], haciendo referencia a cierta producción distinta en esta disciplina, que empezaba a darse en momentos donde había un estancamiento creativo y expectación hacia una transformación importante que sacudiera ese status quo. Relata el autor que, dentro de aquella espera, embargaba un ambiente de gran incertidumbre (y agotamiento)  sobre cuál sería o hacia dónde conduciría ese cambio, acudiendo a la intriga y al desdén que ponen de manifiesto el cansancio que produce el aletargarse a la dinámica constante del mundo. 

Hago referencia e incluso parafraseo aquel mismo título en el encabezado de este artículo, para colocarlo dentro de este momento actual en nuestro contexto local cartagenero, en donde se ha venido “magullando” las distintas formas de desarrollo y crecimiento que puede tener un territorio con gran riqueza en el paisaje cultural, debido a falta de visión de los dirigentes, falta de apropiación social, malas prácticas con el ecosistema, especulaciones inmobiliarias, egoísmos, entre otros. Así, el tiempo ha transcurrido sobre el territorio fragmentándolo tanto en lo físico como en sus aspectos intangibles, de igual manera ha contribuido al abandono de la ciudad (o la percepción de ello) en los escenarios más deprimidos, hasta en sus zonas más visibles o visitadas.

El panorama que se ve en la ciudad (lo digo en tiempo presente y en curso) es el hastío. Desde hace unos años se han puesto las barajas electorales en gobernantes que su discurso bandera era el cambio y la gente (o el pueblo), la ciudadanía le apostó reiteradamente a esa vuelta de la página que por un lado nunca llegó, y al contrario, se presenta mermada a la velocidad de progreso en otras ciudades, por ende, también del mundo. Empero, y teniendo en cuenta los resultados de las últimas elecciones, el pueblo nuevamente le ha apostado a ese tan anhelado cambio de rumbo en las prácticas e implementaciones del desarrollo de la ciudad; un reto indiscutiblemente grande, que requiere modificaciones en los distintos aspectos que componen la ciudad y que tiene su germen en la ciudadanía.

Las diversas necesidades que al día de hoy presenta la ciudad es, fundamentalmente, una deuda histórica que los gobernantes, funcionarios y, sin ser menos, la misma ciudadanía le debe a este territorio prodigioso e ínclito en donde habitamos. Aunque la característica recurrente en los últimos gobiernos han sido la deficiente y nula gobernabilidad, la pérdida de la institucionalidad y las malas prácticas -permeadas hasta el corazón de algunos hogares en las personas del común-, la dificultad más álgida que ataca a nuestra ciudad incidiendo en índices negativos ha sido el bajo sentido de pertenencia, tanto de los propios, de los visitantes y de quienes vienen a quedarse. Sin embargo, no todo es negativo.

Nosotros como ciudadanos debemos tener claro que la construcción de la ciudad no puede ser desequilibrada y menos destructiva con los recursos más vitales y el ecosistema. Se debe tener en cuenta que la ocupación del espacio de formas irregulares son acciones que, principalmente, atentan contra la vitalidad del medio ambiente y que se traslapan con otros conflictos de múltiples dimensiones, que en ocasiones llegan a ser más opresores sobre el territorio generando discriminaciones e ignominias: constricciones a merced de cuestionables comportamientos que han instaurado prácticas cambiando el imaginario de muchas personas. Estas zonas irregulares llegan a ser alrededor de los ¾ de los asentamientos en la ciudad, superan la capacidad del espacio fatigándolo, a pesar de ello existen y están habitados. Con ese ideal, que es también anhelo, de regularizar, de recuperar, de restaurar, de cambiar aquellos aspectos que venimos arrastrando desde años, aparece el hastío.

El hastío que ve su reflejo en las esperas por la actualización del Plan de Ordenamiento Territorial (POT), en el PEMP, en la recuperación de los caños, en el saneamiento de zonas degradadas por la contaminación, entre otras que están allí a la espera de resolverse; por otro lado, ese hastío que tiene a la ciudadanía en un estado, quizá, esperanzador ante el sofisma que alguna de estas formas de normatización van a darle un giro a la ciudad solo por entrar en vigencia, aunque en la actualidad ellas sean permisivas, en ciertas ocasiones siendo partícipes también. Es claro que muchos ciudadanos quieren un cambio (no me consta que todos realmente lo anhelen), sin embargo esta pretensión tiene unos requisitos para iniciar -sin resultados inmediatos-, en distintos sacrificios de los ciudadanos. Me refiero aquí, estrictamente, a “tomar partido” activamente para propiciar la atmósfera que nos conduzca a una mejor ciudad, a un bienestar de la sociedad. Si bien lo anterior, surge la pregunta ¿qué tanto estamos dispuestos a hacer posibles (los) cambios?, tanto en lo individual como en lo colectivo. (Para responder interiormente y empezar el debate propositivo).

En algunas teorías de evolución y en los planteamientos sobre la innovación dicen que los momentos de crisis es donde surgen las transformaciones importantes; veníamos cargando una crisis local, ahora se nos suma otra global, está última con grandes implicaciones sobre la conciencia del autocuidado, cuya importancia (espero) pueda darnos luces sobre el cuidado de nuestros vecinos y de nuestro entorno. Que el momento nos permita alinearnos, en la diversidad y la complejidad, como ciudadanía hacia un objetivo en común. Ahora estamos inundados de la espera, ese hastío que nos deberá llevar por el rumbo de nuevas sendas, sin detenernos.

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[1] En tiempos de hastío. Observaciones sobre la arquitectura de Zaha Hadid. NÄGELI, Walter. En revista El Croquis Nº102. Zaha Hadid.

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