La comida y el vino me inspiran, principalmente cuando se piensa/habla
sobre arquitectura. Los sabores que se van mezclando, brindan sensaciones que
hace viajar de un sitio a otro. Es un recorrido por un mundo distinto -poco
terrenal, más espiritual-. Aun así, la experiencia de recorrer un espacio- en
arquitectura- se puede enlazar con una sensación del gusto cuando te sorprende, cuando te produce emociones, en ocasiones que desconocías,
cuando te da placer o, tan sencillamente, cuando te hace experimentar.
Aunque los ejemplos llegan a ser diversos y múltiples, este post solo
hablará de dos edificaciones, que también son dos culturas, dos épocas, dos
experiencias, seleccionadas por considerase unos ejemplos contundentes (o por simple capricho); son de esas apariciones que te mueven con gran
vehemencia proporcionando cambios, pensamientos, preguntas y más
preguntas.
Empezaré en el Caribe colombiano, donde se ubica una construcción aunque de
varias centenas, tiene gran "presentidad" -como diría en sus términos
P. Eisenman-. Y hago referencia a este término porque hay algo especial
en la espacialidad de esta, en su morfología, en cómo se resuelve toda la
construcción sobre el terreno. Cabe anotar que esta es una edificación
construida con la finalidad de defender a la ciudad, es decir, es una de las
fortificaciones que se alzaron en Cartagena de Indias a lo largo de sus días de
colonia. Dicho esto, me refiero al castillo de San Felipe de Barajas.
Existe algo en dicha fortificación, sin alejarse de lo místico y
mágico, que lo vuelve especial. Desde su composición, la cual se asienta de
manera más o menos espiralada, sobre el cerro de San Lázaro y sobre todo, la
disposición que fue estableciendo en la medida que fue necesario crecer para
mejorar la protección de los ataques hostiles. El castillo en su totalidad está
compuesto por 7 baterías (Santa Bárbara, San Carlos y los apóstoles,
Hornabeque, de La Cruz, de La Redención, San Lázaro y el castellano de San
Felipe de Barajas). Accediéndose por
medio de una rampa, y a lo largo de su recorrido hay rampas, explanadas y una
que otra escalerilla; en su interior, el recorrido llega a ser fascinante cada vez que uno lo atraviesa por los túneles que interconectan un espacio
con otro: no hay certeza si se llegará al lado, abajo, arriba o al frente,
todo se encierra en una experiencia en donde siempre aparecen sorpresas.
Saliéndonos de Cartagena y volando hacia el sur del continente, llegué a
Buenos Aires. Ciudad en donde se hicieron múltiples visitas, algunas un poco a
la deriva o sin una línea conductora para visitar sitios; fue solo recorrido y
encuentro. Así es como, cuando estuve merodeando las calles de la Capital Argentina,
girando en una esquina me encontré con aquel exosqueleto del edificio del
Banco hipotecario central (Clorindo Testa); una construcción que no pasa
desapercibida, sin tener ínfulas protagónicas. Estar afuera observándolo es
ver una especie de animal que encubre algo bajo su superficie, y de igual
manera, como tomar un bocado de comida que tiene un aspecto y va cambiando a
medida que se diluye dentro de la boca. Sabor inicial, sabor final: un dentro y
un afuera quizá; en la mitad trayectos, recorridos e instantes. (Fascinación y
placer).
No es algo nuevo lo que algunos autores dicen acerca de que se puede
conocer una cultura a través de la gastronomía, entre otros aspectos culturales
como la música, la danza, etc. Por eso es importante probar esos sabores
típicos de una región, o que han sido adoptados como propios dentro de un
territorio determinado. Estos definen identidad, algunos enmarcan hechos
históricos, momentos destacados, leyendas urbanas y recuerdos tan personales
que se vuelven rituales para días específicos.
Explorar un espacio, frecuentemente lo he comparado con la experimentación
de sensaciones con otros sentidos. Es así como, en publicaciones anteriores, se escribió sobre la
conexiones entre los olores y los momentos; inspiraciones a partir de la música,
entre otras.
Inevitablemente, es una relación intrínseca y reciproca entre estas
condiciones y emisiones: percepciones. No solo para el devenir, es también para
el surgimiento de ideas, de vínculos, de caminos, de alternativas… (Y porqué
no, de amores).
--
…”Había un sabor escondido o que aparecía hacia el final, luego de haber
experimentado una textura y sabor inicial. El vínculo entre aquellos langostinos
recubiertos en ajonjolí y con un toque de salsa de maracuyá, acompañados con
espiralados chips de plátano verde se empezaban a disfrutar desde que los ojos
percibían el aroma de la tierra, de la cultura. Con esos sabores exóticos símil
de sus paisajes con olor a salitre y un mar que se pega con un cielo de
múltiples colores, desdibujan las aun vivas casas de madera, antillanas-
herencia de los colonos europeos, pero con el toque de sabor de nuestros
ancestros africanos”…
…”Al principio no pude distinguir el contenido del plato. Pequeñas piezas
cuadradas abultadas en su parte central se enfrentaban en un lago espeso color
rojizo; montadas una sobre otra de manera irregular mostraban un afán por salir
a la superficie, o por ser el primer bocado. Podía ver como el olor brotaba de
ellos, elevándose y difuminándose en el cielo celeste límpido de cúmulos. Su
textura no expresó mucho su contenido interior, que al abrirse descargó todo
aquel impacto que tenía reprimido. Instantáneamente, se inundó con el lago
espeso dándole tonalidades al sabor, gradientes del gusto…”
fotos: Mao.
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