(originalmente publicado en Instagram: @epitelial)
Transitar un paisaje marino es enfrentarse a una superficie inmensa con grandes momentos de soledad, con el objetivo de llegar al siguiente puerto, que podría leerse como aquellas metas que se deben cumplir mientras se navega en la vida. Mantenerse a-flote siempre será primordial, aunque los niveles de empuje del agua y las densidades del cuerpo (junto con su cargas) vayan cambiando entre un puerto y otro.
Más allá del principio de Arquímedes (y de los estudios de hidrostática), la realidad está en el acto de es(t)e pesado cuerpo que logra posarse sobre aquel fluido y mantenerse sobre la superficie, sin hundirse completamente. Es estar en un intermedio dentro de ese paisaje marino que se haya tan cercano, tan doméstico. No solo son las densidades, quizá sea más la procedencia del ser. El soporte que sucede por el transitar en ese vaivén de la marea, así como sus ondas traen a la memoria los vibratos de la música: de aquel punteo típico de una guitarra champetúa. O de aquel resplandor cegador de los rayos del sol que se reflejan en el mar, como los tizones donde escuece el fuego para cocinar una fritura. Los momentos y los recuerdos, y algunas otras cosas que mantienen esa fuerza de empuje, que (te) mantienen a-flote.